Muchos desconocen el significado de alcalinidad, como
concepto opuesto a acidez. Incluso este término se interpreta en forma muy
limitada, asociado sobre todo al clásico ardor estomacal o a los reflujos
ácidos. Sin embargo, no es exagerado afirmar que la adecuada comprensión -y la
posterior corrección- de la acidificación orgánica, serviría para resolver la
mayor parte de los grandes problemas que afligen a la salud pública. Estos
conceptos han sido científicamente demostrados por grandes investigadores de nuestro
siglo y utilizados desde tiempos remotos en la medicina oriental. Este texto
intenta explicar la problemática, procurando la imprescindible toma de
conciencia y la propuesta de sencillas correcciones caseras, al alcance de
todos.
Para comenzar, conviene explicar lo que significa acidez y
alcalinidad. Estos dos términos responden a la forma de clasificar la reacción
de cualquier elemento, sobre todo en medios líquidos. El grado de acidez o
alcalinidad se mide a través de una escala de pH (potencial de hidrógeno), que
va de 0 (extremo ácido) a 14 (extremo alcalino), ubicándose en el centro (7) el
valor neutro. O sea que entre 0 y 7 tenemos valores de acidez y de 7 a 14, de
alcalinidad. Esto no quiere decir que lo ácido sea “malo” y lo alcalino
“bueno”, dado que ambos se necesitan y se complementan en las reacciones
químicas. Por ello se habla de equilibrio o balance. En medicina oriental, lo
ácido se clasifica como yin y lo alcalino como yang, siendo deseable la
tendencia al equilibrio entre los extremos.
Dado que la química corporal genera infinidad de reacciones
y exigencias específicas, intentaremos comprender aquí como funciona el
mecanismo base del equilibrio ácido-alcalino a nivel celular. Los trillones de
células que componen nuestro organismo, necesitan alimentarse, eliminar
residuos y renovarse constantemente. A fin de satisfacer esta exigencia vital,
la sangre cumple dos funciones vitales para el correcto funcionamiento celular:
llevar nutrientes (sobre todo oxígeno) y retirar los residuos tóxicos que
genera la transformación (metabolismo) de dichos nutrientes. A nivel celular se
produce una especie de combustión interna, que libera calor corporal. Los
residuos que se originan en este proceso de combustión, son de naturaleza ácida
y deben ser evacuados del organismo mediante la sangre, a través de las vías
naturales de eliminación (hígado, riñones, pulmones, piel).
Para cumplir eficazmente dicha tarea, y por otra cantidad de
razones orgánicas, el plasma sanguíneo debe mantener a ultranza un ligero nivel
de alcalinidad. El pH de la sangre puede oscilar en un estrecho margen: entre
7,35 y 7,45 (“arriba de siete”, significado de una popular marca de gaseosas
que muchos asocian, erróneamente como veremos luego, con la salud). Al transgredir
estos límites, la sangre pierde capacidad de almacenar oxígeno en los glóbulos
rojos y también pierde eficiencia en la tarea de eliminación de los residuos
celulares. En pocas palabras, la sangre no nutre y no limpia las células,
génesis profunda de cualquier enfermedad. Para dar una idea del estrecho margen
de maniobra del pH sanguíneo, digamos que al descender de 7 se produce el coma
diabético y la muerte.
Cuando se incrementa el nivel de acidez sanguínea, varios
mecanismos buscan reestablecer este vital equilibrio. En todos los casos se
requiere la suficiente presencia de bases (álcalis) que neutralicen los ácidos.
O sea que un eficiente metabolismo celular exige un constante flujo de
sustancias alcalinas, con el fin de poder neutralizar los ácidos provenientes
del alimento y del metabolismo celular.
En primera instancia, y como mecanismo más simple, la sangre
debe obtener suficientes bases de los alimentos. En caso de carencia (tanto por
exceso de ácidos circulantes como por deficiencia nutricional de bases), la
sangre echa mano a dos mecanismos de emergencia para preservar su equilibrio.
Uno consiste en derivar ácidos, depositándolos en los tejidos a la espera de un
mayor aporte alcalino. Esto genera reuma, problemas circulatorios, afecciones de
piel, etc. El otro mecanismo es recurrir a su reserva alcalina: las bases
minerales (calcio, magnesio, potasio) depositadas en huesos, dientes,
articulaciones, uñas y cabellos. De este modo, la sangre se convierte en un
"saqueador" de la estructura orgánica, con el único objetivo de
restablecer el vital equilibrio ácido-básico que permite sostener el correcto
funcionamiento orgánico.
Esta lógica funcional es la homeostasis orgánica, que
significa “mantener la vida generando el menor daño posible”. Para el
organismo, una menor densidad ósea no significa peligro para la vida, pero sí
un pH ácido en la sangre. Así funciona el mecanismo de la descalcificación y la
desmineralización. Los huesos ceden calcio en forma de sales alcalinas, se
hacen frágiles y hay osteoporosis; las piezas dentales se fisuran con facilidad
y surgen caries; las uñas muestran manchas blancas y se toman quebradizas; las
articulaciones degeneran y hay artrosis; el cabello se debilita y se cae; se
advierten lesiones en las mucosas, piel seca, anemia, debilidad, problemas
digestivos, afecciones de vías respiratorias, infecciones, sensación de frío,
etc.
Normalmente no se asocian estos síntomas con la acidez. Un
ejemplo es la osteoporosis, clásica enfermedad de acidificación. Sin embargo se
la combate inadecuadamente con alimentos (por ejemplo con lácteos) que, por su
aporte ácido, agravan el problema. Otro ejemplo es la anemia, cuadro que
consiste en la baja capacidad de los glóbulos rojos para suministrar el oxígeno
adecuado a los tejidos del cuerpo. Como vimos, esto es consecuencia de la
acidificación sanguínea. El sentido común nos indica que frente a osteoporosis
y anemia, lo correcto es atacar la causa profunda del problema: alcalinizar el
organismo para neutralizar su acidez.
De lo visto, podemos concluir que para permitir el normal
trabajo de la sangre y las células, debemos ser cuidadosos en el aporte que
realizamos a nuestro cuerpo a través de los alimentos que ingerimos. Por un
lado tratando de evitar alimentos (y situaciones, según veremos más adelante)
acidificantes, y por otro incrementando la provisión de bases a través de una
mayor ingesta de alimentos alcalinizantes. Todo esto complementado por un buen
aporte de oxígeno, a través del necesario movimiento, y un correcto funcionamiento
de los órganos depurativos encargados de eliminar los ácidos.
Alimentos alcalinizantes y acidificantes
Veamos que se entiende por alimentos acidificantes y
alcalinizantes. Nuestros nutrientes (como todos los elementos de la naturaleza)
tienen distintos grados de acidez o alcalinidad. El agua destilada es neutra y
tiene un pH 7. Básicamente todas las frutas y verduras resultan alcalinizantes.
Si bien la fruta tiene un pH bajo (o sea que resulta ácida), debemos evitar una
generalizada confusión: no es lo mismo la reacción química de un alimento fuera
que dentro del organismo. Cuando el alimento se metaboliza, puede generar una
reacción totalmente distinta a su característica original. Es el caso del limón
o de la miel. Ambos tienen pH ácido, pero una vez dentro del organismo provocan
una reacción alcalina. Distinto es el caso de las células animales. Tanto la desintegración
de nuestras propias células como la metabolización de productos de origen
animal, dejan siempre un residuo tóxico y ácido que debe ser neutralizado por
la sangre.
Así vemos la diferencia básica entre un alimento de reacción
ácida (que obliga a robar bases del organismo para ser neutralizado) y un
alimento de reacción alcalina (que aporta bases para neutralizar excesos de
acidez provocados por otros alimentos o por los propios desechos orgánicos del
cuerpo). A fin de servir como referencia didáctica, veamos la tabla que expresa
en grados de acidez o alcalinidad, la reacción metabólica de ciertos alimentos
en el organismo humano. Esta información es muy interesante a título
orientativo, pues nos permite comprender cómo funcionan ciertos alimentos en
nuestro cuerpo.
También los minerales juegan un rol importante en el
comportamiento acidificante o alcalinizante de los alimentos y ello nos permite
hacer una elección más consciente. Por lo general resultan acidificantes
aquellos alimentos que poseen un alto contenido de azufre, fósforo y cloro. En
cambio son alcalinizantes aquellos que contienen buena dosis de calcio,
magnesio, sodio y potasio.
En general los cereales generan desechos ácidos al ser
metabolizados: ácido sulfúrico, fosfórico y clorhídrico. Esto resulta más
marcado en el trigo y el maíz (los indígenas americanos remojaban el maíz en
agua de cal). El mayor contenido en minerales alcalinos hace que otros cereales
resulten más alcalinizantes: mijo, cebada, quinoa, trigo sarraceno. El arroz
integral es considerado como neutro en la dietética oriental. Por su parte las
legumbres y las semillas son ligeramente acidificantes por su contenido
proteico, aunque no todos por igual, con excepciones como las almendras y los
porotos blancos, aduki y negros. Los lácteos son elementos acidificantes,
aunque la leche fresca sin pasteurizar sea ligeramente alcalina. La
pasteurización acidifica la leche y por tanto a todos sus derivados.
Extraído de: Libro “Cuerpo Saludable” - Néstor Palmetti
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